ARREBATOS EXPRESIVOS
Omar Gatica Rivera (1956) pertenece a la llamada “generación de los ochenta”, en la cual se destacan también Ismael Frigerio (1955), Samy Benmayor (1956), Matías Pinto D’Aguiar (1956) y Jorge Tacla (1958) . En común poseen la enseñanza recibida en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile y ciertas conductas y rasgos artísticos similares.
Emplean materiales burdos y precarios, que aplican en una pintura díscola de ejecución rauda. La iconografía nómada y ecléctica les faculta la apropiación de modelos de historia del arte , la adhesión a los graffiti callejeros, o el uso y manipulación de imágenes provenientes de la televisión, la publicidad y los medios de comunicación de masas.
Por ello, la primera pintura de Omar Gatica corresponde a un decir violento, ansioso y expresivo, vertido en formatos grandes y cuadrados donde el color cubre amplias zonas del soporte y sirve como base de operaciones gráficas intensas.
En sus propias palabras son los “arrebatos expresivos” preliminares de un quehacer que mantenido en el tiempo, no pierde la clave inicial en la que se sustenta: dotar al gesto pictórico de la mayor energía y ser desde la transgresión una respuesta a los tiempos que se viven.
En su itinerario visual la fogosidad juvenil da paso a una pintura matérica mas cuidada y meditada, cuyo imaginario oscila entre la figuración simulada y la abstracción moderna.
La pigmentación reciente recupera matices y mayor densidad a tal punto , que se constituye en un privado territorio que contiene el «color étnico” o “primario” autodefinido en el sentido que surge desde su interioridad y conduce la estrategia visual.
Su labor la entiende como un hacedor fugitivo de imágenes que, en el proceso de la pintura, potencia a sus dioses escondidos.
La necesidad de acción en Omar Gatica lo impele a subrayar la energía que salvaguarda las esencias de su yo, que haya la calma al concluir el proyecto creativo en que se sume.
El acto de pintar se apropia de él como consumación de la crítica a hechos de orden social y cultural que lo incomodan, encontrando una salida cuando su existencia y sentimiento convergen en una escritura que describe un mundo atormentado que, a pesar de todo, porta certezas de su reversión.
En más de diez años de trabajo visual, el artista no capitula de sus primeros decires. Mantiene viva y latente la noción de acentuar y estremecer desde el cuadro, a través de una pintura dinámica constituida por haces de formas que chocan e interpelan entre sí, y no renuncia a la gestualidad y la gráfica como complemento del oficio.
Por Enrique Solanich S.
Vivienda y Decoración. El Mercurio.
7 de septiembre 1994.